Olvidemos los últimos 15 meses de mi vida.

Sí, damas y caballeros, olvidemos que esos 15 meses existieron y así nos ahorraremos reproches, lagrimas y sermones. Por cada buena decisión ha habido, según parece, diez cagadas por mi parte. Por cada buen momento, una semana durmiendo mal y comiendo peor. Por cada buen rato con mis amigos, cinco o seis puñaladas traperas.
De manera que decido, de manera inmediata, ejercer en la más tierna ignorancia y tratar de ser feliz. Al final, como parece ser, todos tenemos lo que nos merecemos. Empiezo a creer que tienen razón.





Lástima que, como aquellos que me conocen bien saben, me es imposible olvidar. Tanto las puñaladas como los momentos en que, la última persona que esperabas, te saca del pozo. Las buenas decisiones como las cagadas. Los buenos momentos y las épocas de ayuno e insomnio.
Y es que, al final, para bien o para mal, seguiré derramando lagrimas en la lluvia, para asegurarme de que, para los demás sigo siendo de piedra. Seguiré teniendo miedo, de olvidar y de recordar, y viviendo, al fin y al cabo, como una esclava de mi propia cobardia.