Feliz año a todos... y este año lo empiezo con un microrrelato de los mios. Espero que os guste y, a los que estéis con resaca, un par de aspirinas y la próxima vez no abuséis tanto del alcohol.
El título del relato es Daydreaming. No muy navideño pero viene inspirado por haber estado escuchando la canción "El 28" del grupo La oreja de Van Gogh.
***
El frío invernal me estaba congelando. Era algo inevitable mientras caminaba a toda prisa desde la puerta del edificio hasta donde había aparcado mi coche aquella mañana. A pesar de las capas de ropa, y de la ropa térmica que llevaba debajo del traje, sentía como mis dedos temblaban mientras sacaba las llaves del bolsillo de la chaqueta. Odio el frío, siempre lo he odiado y siempre lo odiaré.
Al llegar a mi coche recordé otro de los motivos por los que odio el frío: el hielo. Las lunas estaban cubiertas de una fina capa de escarcha que, evidentemente, había que quitar antes de poder, siquiera, pensar en volver a mi casa. De manera que cogí la rasqueta de su sitio, el compartimento en la puerta del conductor, mientras encendía el motor y ponía la calefacción así como encendía las lunas térmicas. Cualquier posibilidad de que, una vez en el coche, su temperatura interior sea un par de grados más alta que la exterior es siempre bienvenida. Hecho esto procedí a la monótona tarea de rascar la escarcha de las lunas y ventanas del coche, así como de los retrovisores, mientras mi cerebro, como no, divagaba.
Es en invierno, con el frío, cuando siempre pienso en las oportunidades perdidas y, como no, esta vez no iba a ser menos. Da igual que haya conseguido un trabajo que me gusta en un sitio donde, a pesar de la temperatura, me parece un buen sitio para vivir. Inevitablemente en los momentos donde mi mente no está ocupada con ocho millones de cosas, divago y me lamento. Y, sobretodo, recuerdo.
Recuerdo las palabras que hubiese querido decir pero nunca me atreví y las que dije y, nada más salieron de mis labios, deseé retirar. Recuerdo los gestos que no tuve y que hubiesen marcado la diferencia de haberlos tenido. Recuerdo cuantas veces cogí el teléfono para llamar pero, sin embargo, nunca conseguía pulsar ese número que, a pesar de los años, sigue grabado a fuego en mi mente. Recuerdo como siempre me refugié en el trabajo, en el deber, en las obligaciones.
Sin embargo esta vez las cosas fueron levemente distintas. Sí, seguía haciendo frío y, como tantas veces antes, había empezado a divagar. Pero apenas acababa de empezar a hacerlo mientras estaba rascando la escarcha y mascullando entre dientes sobre el frío que tenía, cuando sentí una mano en mi brazo. Me giré, pensando que tal vez fuese alguno de mis compañeros para decirme algo, y vi los ojos que creía que no volvería a ver jamás. La sonrisa que creía que sólo vería en mis sueños. Una parte de mi mente se preguntaba como podía estar allí a pesar del tiempo y, sobretodo, la distancia. La otra, la más importante, se centró en las palabras que salían de su boca.
- Hace mucho frío... si quieres te invito a un café y así aprovechamos para hablar, ¿te apetece?
Así, sin más. Como si no hubiese pasado más que unos días en vez de todos esos años. Como si estuviésemos en la misma ciudad donde nos conocimos en vez de a cientos de kilómetros de distancia. No obstante, y en contra de lo que siempre solía hacer, esta vez no lo pensé dos veces. Tal vez fuese un sueño pero mientras existiese la más mínima posibilidad de que no fuese así pensaba aferrarme a esa esperanza con todas mis fuerzas. De manera que apagué el motor del coche y lo cerré con llave para, a continuación, girarme y contestar.
-Claro, ¿dónde tenías pensado ir?
Finis.
****
Tiempo que falta para cambiar a http://blog.thangtar.es
El título del relato es Daydreaming. No muy navideño pero viene inspirado por haber estado escuchando la canción "El 28" del grupo La oreja de Van Gogh.
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El frío invernal me estaba congelando. Era algo inevitable mientras caminaba a toda prisa desde la puerta del edificio hasta donde había aparcado mi coche aquella mañana. A pesar de las capas de ropa, y de la ropa térmica que llevaba debajo del traje, sentía como mis dedos temblaban mientras sacaba las llaves del bolsillo de la chaqueta. Odio el frío, siempre lo he odiado y siempre lo odiaré.
Al llegar a mi coche recordé otro de los motivos por los que odio el frío: el hielo. Las lunas estaban cubiertas de una fina capa de escarcha que, evidentemente, había que quitar antes de poder, siquiera, pensar en volver a mi casa. De manera que cogí la rasqueta de su sitio, el compartimento en la puerta del conductor, mientras encendía el motor y ponía la calefacción así como encendía las lunas térmicas. Cualquier posibilidad de que, una vez en el coche, su temperatura interior sea un par de grados más alta que la exterior es siempre bienvenida. Hecho esto procedí a la monótona tarea de rascar la escarcha de las lunas y ventanas del coche, así como de los retrovisores, mientras mi cerebro, como no, divagaba.
Es en invierno, con el frío, cuando siempre pienso en las oportunidades perdidas y, como no, esta vez no iba a ser menos. Da igual que haya conseguido un trabajo que me gusta en un sitio donde, a pesar de la temperatura, me parece un buen sitio para vivir. Inevitablemente en los momentos donde mi mente no está ocupada con ocho millones de cosas, divago y me lamento. Y, sobretodo, recuerdo.
Recuerdo las palabras que hubiese querido decir pero nunca me atreví y las que dije y, nada más salieron de mis labios, deseé retirar. Recuerdo los gestos que no tuve y que hubiesen marcado la diferencia de haberlos tenido. Recuerdo cuantas veces cogí el teléfono para llamar pero, sin embargo, nunca conseguía pulsar ese número que, a pesar de los años, sigue grabado a fuego en mi mente. Recuerdo como siempre me refugié en el trabajo, en el deber, en las obligaciones.
Sin embargo esta vez las cosas fueron levemente distintas. Sí, seguía haciendo frío y, como tantas veces antes, había empezado a divagar. Pero apenas acababa de empezar a hacerlo mientras estaba rascando la escarcha y mascullando entre dientes sobre el frío que tenía, cuando sentí una mano en mi brazo. Me giré, pensando que tal vez fuese alguno de mis compañeros para decirme algo, y vi los ojos que creía que no volvería a ver jamás. La sonrisa que creía que sólo vería en mis sueños. Una parte de mi mente se preguntaba como podía estar allí a pesar del tiempo y, sobretodo, la distancia. La otra, la más importante, se centró en las palabras que salían de su boca.
- Hace mucho frío... si quieres te invito a un café y así aprovechamos para hablar, ¿te apetece?
Así, sin más. Como si no hubiese pasado más que unos días en vez de todos esos años. Como si estuviésemos en la misma ciudad donde nos conocimos en vez de a cientos de kilómetros de distancia. No obstante, y en contra de lo que siempre solía hacer, esta vez no lo pensé dos veces. Tal vez fuese un sueño pero mientras existiese la más mínima posibilidad de que no fuese así pensaba aferrarme a esa esperanza con todas mis fuerzas. De manera que apagué el motor del coche y lo cerré con llave para, a continuación, girarme y contestar.
-Claro, ¿dónde tenías pensado ir?
Finis.
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Tiempo que falta para cambiar a http://blog.thangtar.es
3 comentarios:
Comentando, comentando ^^
El relato me gusta :)
Es enternecedor, sutil y minimalista, pero está lleno de determinación y fuerza de voluntad.
Se cruzan como quien no quiere la cosa dos asuntos tangenciales: todo aquello que conocemos, controlamos y esperamos encontrar (nos guste o no) y todo aquello súbito, inesperado y que no podemos controlar, por mucho que nos desconcierte.
En resúmen, aunque ya te lo dije: En batallas más grandes se ganó menos y se perdió más.
Besos guapa ^^
Virc.
Que quede constancia que lo he leído. Si tengo que hacer algún comentario, será en persona ;-)
Hace mucho leí esta entrada, y cuando la terminé de leer el tiempo no me dio para dejar algo.
Ahora aquí, releyendo y con el tiempo de sobra para escribir. Ahora, es que me vuelvo a ver en ella y ya no sé qué decir.
Creo que lo más factible es, me gusto mucho! :D!!
Tocó fondo.
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