martes, junio 29, 2010

Recuerdo de infancia

Me gusta la fotografía. Cuando viajo o hay algún tipo de ocasión especial en la que vaya a tomar parte, siempre llevo conmigo mi cámara, cámara que empezó siendo una nikon de segunda mano que me regaló mi padre y ahora ha ido evolucionando, junto con los tiempos, a una canon digital.

La mayor diferencia, entre entonces y ahora, es que a lo mejor cuando me pongo a ordenar fotografías antes ordenaba como mucho sesenta fotos de un mismo viaje mientras que ahora puede que tenga cientos de ellas. Esto supone fotos de las cosas más curiosas que uno pueda imaginar: carteles que me han resultado graciosos por la calle, tropocientas fotos a la misma vista hasta que una de ellas me parece lo bastante buena y una gran variedad de cosas similares.

Hoy, en concreto, ordenando las fotografías de este último año he encontrado una fotografía de una lubina preparada para meterla al horno. Recuerdo perfectamente ese día ya que me hizo mucha ilusión encontrar algo tan sencillo como una pescadera que hablase castellano en un país como Finlandia. Luego, al llegar a mi piso, nos pusimos a cocinar, discutiendo las encargadas de la cena en un popurrí de inglés, castellano y griego sobre las distintas recetas: si había que añadirle esta o aquella especia o hasta cuando mantener la bandeja en el horno.

Cierro los ojos y casi siento como si estuviese allí. El calor de la cocina, que puedo recrear perfectamente con el calor que hace en este Junio español, el olor a comida y las risas. Incluso puedo oler el pescado, tal vez tenga algo que ver el que alguno de mis vecinos este preparando la cena.

Pero no es sólo a esa tarde de Noviembre a lo que me recuerda. Respiro profundamente, sumida en mis pensamientos, y siento que hay otro recuerdo, más antiguo, que parece querer salir pero, como todos los recuerdos, cuanto más intento forzarlo más se resiste en aparecer. Desisto, ya que la memoria es así de graciosa en ocasiones, y decido que es un buen momento para cenar yo también, sobre todo porque quien sea que esta cocinando en el vecindario me ha abierto el apetito.

Me levanto y salgo de mi despacho, evidentemente nada de lo que tenga allí para picar me serviría de cena, y voy a la cocina, la misma cocina que llevamos usando en mi casa desde que tengo uso de razón. Y entonces, al ver a mi madre junto a la nevera, el recuerdo decide acudir a mi.

Era una reunión familiar, como tantas otras. Mi abuelo acababa de salir del hospital por lo que no podía comer muchas de esas cosas que son tan comunes, y llenas de colesterol, en la cocina española: el choricito, el jamón serrano, los distintos estofados y guisos y un largo desfile de platos igualmente deliciosos.

Entonces mi madre decidió, para que todos pudiésemos comer lo mismo, hacer lubina a la sal al estilo de su tierra. Y, como siempre ha sido tradición en mi casa, todos ayudábamos en la medida de lo posible: poniendo la mesa, preparando las bebidas o, en mi caso, haciendo de pinche de cocina. Recuerdo las risas de mis hermanos y a mi madre regañándonos cada vez que intentábamos robar alguna de las frutas con las que iba a hacer los aperitivos esa vez y mi boca se llena de saliva ya que casi puedo volver a saborear aquella cena.

Sonrío y miro a mi madre, que me mira interrogante al ver que llevo casi cinco minutos en la cocina sin decir nada, comentándole que para la próxima reunión familiar podríamos hacer una comida sana, ya sabes, lubina a la sal y cóctel de frutas.

3 comentarios:

Pícara dijo...

Os he visto claramente a los tres en la cocina =)

Profesor James Moriarty dijo...

Jo tía, el relato me ha emocionado y me ha recordado situaciones muy parecidas; muy bien escrito y muy chulo.

Vircoph dijo...

Entrañable, tierno y muy dulce relatillo. :)
Me encantan cuando te salen cosas así ^^

Besos!
Virc.

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